OPINIÓN.- Una de las
tantas modalidades de reducir la comunicación a un infame instrumento
informativo consiste en disolver su acento cuestionador para edificar una red
de elogios, distorsiones y comentarios pautados por el pagador que pretenden
estructurar corrientes de opinión a cualquier precio. Así andamos, convencidos
que la posverdad representa un pasaporte donde la objetividad anda de
vacaciones porque la reiteración del mensaje moldea los criterios del receptor.
Y la verdad no cuenta!
En el país, la enfermiza vocación de edificar una “verdad oficial” ha ido
seduciendo a franjas de la comunicación para que desde las redacciones,
columnas, comentarios, editoriales, programas de radio y televisión se
desarrolle una vulgar competencia hacia el melcochoso ditirambo que, casi
siempre, tiene como destinatario al ministro, director general, dirigente
político que cae en la trampa de presumir que los ciudadanos no poseen el nivel
de inteligencia para darse cuenta cómo el dinero infla y dirige el “juicio” del
comunicador.
Apelando al sentido descriptivo y esa inteligencia popular, la definición de
bocinas lo que carga en su vientre es el reconocimiento de la conexión entre el
dinero público y las voces que asumen defensas entendibles por el grado de
rentabilidad. Y para ello, la condición periodística juega un papel de
simulación perfecta capaz de relacionar el oficio formal con una red de
ventajas transformadoras del rol. Por eso, la profesión juega un papel
secundario que, en lo principal, hace al comunicador suplidor, contratista,
cobrador e importador para que su éxito financiero resida en sus vínculos con
el poder. De ahí su halago constante al gobierno porque su fuente de
acumulación está relacionada con el presupuesto nacional.
Ejemplos sobran: todos los que amparados en dinero obtenido por vías indecentes
pretenden construir un muro de protección desde los medios de comunicación
terminan en procesos judiciales. Y más aún, ahora que las redes sociales juegan
el papel de burlar la formalidad informativa. Acaso los banqueros y políticos
se libraron de duras sentencias? Revisen los resultados.
Lo que hace “chatarra” e inservible el uso de estructuras mediáticas que
alquilan sus voces y cobran sus escritos reside en que la efectividad del
mensaje depende del mensajero. Además, se tiende a confundir difusión con
credibilidad porque los medios de altísimo alcance y penetración no garantizan
necesariamente niveles de confianza en la población. Aquella frase de que “una
mentira repetida mil veces se convierte en verdad” obedecía a modelos de
sociedad cerrada, donde las avenidas de la comunicación se manipulaban por el
escaso acceso del resto de los ciudadanos a la fuente informativa.
El mayor drama lo tienen los medios formales de comunicación debido a la enorme
capacidad de penetración del dinero que, introducido en el corazón de su
estructura informativa, transforma el sentido de su orientación, y si los
ciudadanos lo perciben, inmediatamente el canal de televisión, la emisora
radial o el periódico pierde la confianza, traduciéndose en desencanto del
lector, reduce su influencia en la sociedad y derrumba sus niveles de
circulación. Tanto el oficialismo como los políticos clásicos diseñan acciones
para colocar sus correas de transmisión en las salas de redacción porque lo
“efectivo y funcional” es mantenerlos allí para jugar al desbalance o endoso
indirecto. Y los medios que procuran respeto deben cuidarse del militantismo y
sus mañas.
Definitivamente,
la de credibilidad de los medios está en franco proceso de deterioro en la
medida que la toma de conciencia y madurez ciudadana saben interpretar los
intereses que se esconde detrás de la noticia.
Pobres bocinas, su enriquecimiento empobrece un oficio digno de mejor suerte.
Tomado de: hoy.com.do