Por Hidalgo
Rocha Reyes.
OPINIÓN.- Ponerse a ver noticias y observar medios de
comunicación en los últimos años es casi como ponerse a exprimir una esponja ensangrentada
con la preocupante ola de feminicidios que casi a diarios ocurren en el
país.
Hombres que por diversos motivos, predominantemente
por motivos pasionales, asesinan a mujeres con las que han mantenido relaciones
amorosas sin piedad alguna.
Desde la misma creación del mundo, basándonos en Génesis
2: 23 y 3:16, el hombre ha creído ser propietario de la mujer, de su
sentir, de su porvenir, por aquellos de que todo te lo di. Ese sentido de
propiedad, de poder, muchas veces otorgado por la propia mujer al hombre, a
veces por el sentido de dependencia, originan las atrocidades como lo que a
diarios vemos.
La situación de estos hechos sangrientos contra la mujer,
hoy diplomáticamente llamado violencia de género, es sumamente preocupante,
algunos generado sin justificación, puesto que quienes cometen estas barbaries
a veces tienen otras relaciones.
Observando los últimos hechos nos hemos dado cuenta que
el factor poder es el más predominantes de todos los factores que originan el
feminicidio. Sabemos que es multifactorial la tendencia que originan
estos hechos. Muchos incluyen en estos factores a la impotencia, a no poder
resistir la separación o la manutención de los hijos cuando los hay. A la falta
de resignación a no poder empezar de nuevo o retornar a espacios ya dejado como
el hogar materno por ejemplo. A la división o pérdida de lo adquirido o a
reconocer que dejaron espacios por sueños y mareos.
Pero el poder y el sentido de propiedad predominan. Si
las mujeres no contribuyeran tanto con este poder, creo, desde mi humilde
opinión, estos hechos sangrientos contra ellas, bajarían el alto índice que se
registran en el país. Si ellas marcaran territorio se lograría. Solo hay que
utilizar métodos simples para lograrlo. Uno de ellos seria independencia, claro
ante de formalizar cualquier relación, porque después de años y de sustento
mutuo es difícil lograrlo.
Una mujer que cuando llegue un gasto o quiera darse un
gusto lo cubra o contribuya a cubrirlo pone una raya de pizarro “diciendo yo
puedo y sin ti existo”, para que mañana no le reclamen por qué no llama o no
coge la llamada y le pidan el celular. Solicitar o aceptar lo menos
posible los servicios o prebendas del hombre para que este no se sienta que ha
invertido y crea el sentido de propiedad para con ella. Esto así porque el
hombre cuando invierte cree que puede sacar los gases.
La mujer, lejos de los que algunos entienden que deben
existir acciones gubernamentales para la lucha contra este flagelo que carcome
nuestra sociedad, donde se orienten, se crean fuente que intimiden más el
régimen de consecuencias y se castiguen severamente estos hechos, es el
principal elemento para luchar contra este mal. La misma mujer, quitándole al
hombre el sentido de poder y propiedad, haciéndose más independiente,
sustentadora de su propios accionar, puede disminuir este mal que tanto nos
asusta y que todos lamentamos.
Los salones, las cervezas, los moños y uñas postizas, las
recargas y celulares que tanto son de pedidos para el hombre por las mujeres,
deben de dejar de hacerlo. La profesión de chapiadoras no a todas le caí bien.
También esa búsqueda de compañero al vapor después de terminada otra
relación o de introducir a sus hogares a enamorados y amantes sin antes cumplir
con el ciclo amoroso, muchas veces irrumpiendo el diario vivir de los
descendientes, debe ser más cuidadosa, porque quien recién llega podría tener
un carácter que no haga la química necesaria con los mismos y crea la ruptura
de la relación después de la inversión.
Las mujeres debe de entender que no bastaría con que el
gobierno o el Estado crean mecanismos de prevención para disminuir las
estadísticas que se presentan sin su decisión de parar esas relaciones toxicas
que ella misma, muchas veces permite que existan. El gobierno no podrá nunca impedir
o seleccionar con quien cada una mujer mantiene una relación, son ellas mismas
quienes tienen que frenar el deseo porque hombres hay demás.
En fin, para parar el feminicidio no solo basta con orientaciones en el seno familiar, gubernamental y social, sino también en la decisión de la mujer de buscar su independencia y quitarle el sentido de propiedad y poder que el hombre quiera ejercer sobre ella, dejando de obtener tantos “servicios” del él y crear su propia fuente de satisfacción y sustento.