Por Elisabeth de Puig.
OPINIÓN.- Estamos compelidos a reconocer, a la luz de las
últimas estadísticas y denuncias de los organismos internacionales y de las
ONGs que trabajan a favor de la niñez, que la República Dominicana es un país
de niñas madres y de adolescentes embarazadas.
El asesinato de Emely quedará registrado en nuestras
memorias como emblemático. Este caso, por sus múltiples componentes, se
convirtió en un icono mediático al ser reivindicado por un pueblo que reclama
justicia, al punto de borrar, de paso, los nombres de las demás Emely que
encontraron muertas y que no podemos pasar por alto.
Esta tragedia -y algunos de los penosos comentarios que
ha traído aparejados- resume en su trama las fuerzas contradictorias que
sacuden a una sociedad patriarcal, machista y desigual en su lento y tortuoso
tránsito a la modernidad y a la democracia.
La historia pone en escena diferentes mundos emburujados
que retratan perfectamente la sociedad en la cual nos desenvolvemos.
Interactúan ricos y pobres, a pesar que “el rico no liga con el pobre”
(Marlín). Están presente la funcionaria advenediza, con su recién adquirida
prepotencia avasallante, y el hombre de a pie. También aparece la relación del
dominicano con el poder.
El recurso al aborto, al que acuden todas las capas de la
sociedad a pesar de la legislación y en condiciones de extremo peligro para las
más vulnerables, se nos muestra en toda su crudeza.
Lo mismo sucede con la doble moral y la hipocresía
sostenidas por las “élites” y los gobernantes de turno donde se aboga por la
“santa familia” mientras, al mismo tiempo, la “segunda base” es motivo de
vanagloria.
El relato se desarrolla, además, en una sociedad caribeña
hipersexualizada, donde la educación de las grandes mayorías es deficiente; que
se nutre todavía de mitos y tabúes, donde la gente sufre de vientos, toma
botellas y remedios, consulta de manera muy tardía al médico, generalmente en
caso de gravedad,o de embarazo en los sectores más desfavorecidos.
En esta sociedad se mantienen relaciones contradictorias
con la sexualidad, que son potenciadas por la falta de información científica;
para una franja considerable de la población la muchacha sexualmente activa es
una puta, o un potencial peligro, y el varón que lleva varias relaciones a la
vez es un macho de hombre.
El asunto es cómo llegar al meollo de la psiquis
colectiva del dominicano de hoy, para poder hacerle frente de manera adecuada a
los graves problemas sociales y, particularmente, de salud que todos estos
ingredientes acarrean y que arrastramos sin capacidad para hacerles frente.
Por la ineficacia y desidia de los gobiernos de turno
sobre estos graves temas la vida de nuestras niñas y adolescentes, como la de
sus hijos, están marcadas por la desdicha por varias generaciones -tenemos
generaciones muy cortas- repitiéndose en muchos casos el ciclo de la miseria y
de la maternidad precoz con vidas jodidas y tronchadas.
Toda cultura desarrolla sus propios trastornos
psiquiátricos según su modo de funcionamiento, sus conocimientos y su forma de
entender el mal. La falta de comprensión de la cognición, de las emociones, de
las motivaciones limitan nuestros modelos de procesos culturales y sociales.
Para entender las profundas fuerzas que actúan de manera
soterrada deberíamos abordar estos problemas del lado de la etnopsiquiatría,
que se centra en los trastornos en relación con el contexto cultural de una
población y estudia cómo el desarrollo y la enculturación de los seres humanos
con su propia historia, idioma, prácticas y categorías conceptuales afecta la
psiquis de los seres humanos.
En nuestra República Dominicana de hoy, ¿cuál es el
precio de la vida de una muchachita en los sectores vulnerables?
Se la pueden llevar por un intercambio de favores y es un
alivio tener una boca menos en la casa; pueden ser fundas de arroz o el pago de
atrasos de alquiler; a veces la prefieren instalada en una pieza por ser
sexualmente activa y representar un peligro frente al padrastro; si la violan,
lo callan por la presión social.
¿Qué relación guarda con nuestra idiosincrasia tanta
tolerancia con las situaciones de violencia y abusos hacia las niñas?
Tomado de: acento.com.do